La mayoría de capitales europeas tienen un rascacielos o dos (o cincuenta). Lo que pasa es que los europeos tienden a considerar los rascacielos como edificios con una función específica, no solo algo de lo que sentirse orgulloso por el mero hecho de poder decir “mi país tiene más rascacielos que el tuyo”.
Para los europeos, los rascacielos nos son particularmente agradables de apreciar. Los construimos cuando es necesario; y si no lo es, construimos otro tipo de edificación. Un rascacielos altísimo es un logro, o por lo menos lo era hace un siglo, pero hoy en día resultan aburridos, por no decir estéticamente feos.
Europa tiene edificios mucho más bonitos y los prefieren a los rascacielos. Es algo cultural.