Crónicas del cancionero vallenato Nº 2

CHICHE MAESTRE (Fragmentos: El llanto de un rey-Uno de los dos)

FREDY GONZÁLEZ ZUBIRIA

José Alfonso Chiche Maestre nació un día antes del cambio de año: 30 de diciembre, fecha en que la gente ríe y llora y recuerda con nostalgia los instantes de un pasado que jamás volverá. Ríe por la alegría de un año nuevo y llora por los recuerdos de sus muertos. Chiche había llegado al mundo en un pueblo pródigo de compositores llamado Patillal; además, primo de tres grandes del folclor: Fredy Molina, Gustavo Gutiérrez y José Hernández Maestre.

En 1978, a los 12 años de edad, menudo y con el cabello liso encopetado, ganó el Festival Vallenato en la categoría infantil. Se presentó acompañado de su hermano Raúl Alfonso Maestre Molina en la caja, y de su amigo Che en la guacharaca. Compitió con su tío, el también niño Cocha Molina, quien tuvo un mal día al momento de la ejecución.

Entre las barras bravas de Cocha estaba una extrovertida niña de 11 años, a quien le dolió más la pérdida del concurso que al propio acordeonerito. Se trataba de Gloria Inés Riaño Baute, oriunda de Barranquilla, estudiante de la Sagrada Familia en Valledupar e hija de Hernando Riaño Araujo y de la valduparense Carmen Baute Lora. Gloria era conocida desde esa época como La Chata, apodo extendido de su hermano Dimas Alfonso, a quien le decían Chato.

Chiche Maestre continuó el bachillerato en el Colegio Loperena de Valledupar. Por las tardes acudía adonde un amigo a realizar tareas y trabajos académicos. Para llegar allí debía pasar por la casa de La Chata Riaño, quien una tarde, sentada al lado del inmenso ventanal, decidió llamarlo:

– Oye, niño, ven acá. ¿Cómo es que te llamas tú?

– Chiche… —respondió él.

– ¿Chiche qué?

– Chiche Maestre.

La Chata volvió a la carga:

– ¿Sabes? Cocha Molina toca mejor que tú.

– Sí, yo lo sé —contestó él sin inmutarse.

La Chata no dijo más nada, él dio la vuelta y siguió su camino. A día siguiente, Chiche debió pasar de nuevo por aquella calle. Preciso, la niña estaba nuevamente en la ventana, y lo volvió a llamar.

– Oye, dime de nuevo cómo es que te llamas tú?

El Chiche, con mucha inocencia y sencillez, le respondió:
– Chiche.

Ella volvió a rematar:

– Cocha toca mejor que tú.

Al tercer día la Chata aún no se cansaba:

– Checho, chucho, chacho…, se me olvida tu nombre ¿cómo es que te llamas tú?

El niño, aburrido, contestó por educación.

– Me llamo Chiche.

– ¿Sabías que el Cocha toca mejor que tú?

– Sí, me lo dijiste, ayer y antier —respondió resignado.

Chiche jamás volvió a pasar por el frente de esa casa. Para ir adonde su amigo prefirió siempre darle la vuelta a la manzana y llegar por otra ruta.

Nuevo encuentro ya de adultos

En 1989, José Alfonso Chiche Maestre llegó a la cumbre para quedarse. Tenía tres éxitos pegados ese año: Devuélveme mis sentimientos, Directo al corazón y No era el Nido. Estableció su residencia en Barranquilla y le ejecutaba el acordeón a Marcos Díaz, quien lo había invitado a reemplazar a Jesualdo Bolaños en el grupo Los Pechichones. Pero, su vida sentimental seguía siendo un desastre. Sólo la resonancia de los éxitos marcaba el inicio de su recuperación. Según él, necesitaba enamorarse de nuevo para que el olvido fuera completo.

El 13 de octubre de ese año, en otro sector de Barranquilla, la niña que años atrás molestaba y bromeaba a Chiche Maestre por una ventana, veía en el televisor de su casa la publicidad del nuevo disco de Los Pechichones. Se trababa de La Chata Riaño, ahora una famosa presentadora de Telecaribe, perteneciente a la farándula de Barranquilla, y a la élite social de La Arenosa. Transmitían una publicidad del nuevo trabajo del conjunto vallenato y de repente apareció Chiche en pantalla. Chata quedó fascinada con su mirada y su sonrisa. Enseguida dijo en voz alta:

– Ese va a ser mi novio, será el padre de mis hijos.

La Chata se sentía segura. Luego susurró:

– Tiene la mirada triste, pero yo lo voy a hacer feliz.

En ese momento regresó a casa su hermano Chato. Enseguida le indagó:

– ¿Tú conoces al Chiche Maestre?

Claro, y tú también lo conoces —respondió—. Recuerda que era el niño al que le mamabas gallo con «oye chicho, checho, chacho…».

La Chata sintió un poco de vergüenza al recordar ese pasaje, pero no ablandó su decisión.

Quiero que me lo presentes.

Claro —dijo él—. Debo buscarlo en estos días para devolverle un disco de Chayanne.

No, quiero conocerlo hoy —insistió ella—.

– Hoy estoy ocupado.

Hoy —sentenció muy seria.

– Imposible —dijo Chato mirándola a los ojos.

Bueno Chato, yo te complazco a ti, y veo que tú no me puedes complacer a mí. Por favor me devuelves el carro que te regalé.

¿Qué..? —Chato no podía creer lo que escuchaba.

¡Me lo devuelves ya! —dijo en voz alta y decidida.

     En esa época, La Chata era muy creída. Estaba endiosada, levitaba por las nubes. Era bonita y famosa, convertida por obra y gracia de su oficio en una princesa de la sociedad barranquillera. Y aunque gozaba de un buen momento en su vida profesional, su vida espiritual estaba en trance. Sentía que le hacía falta mucho para ser feliz.

Chato conocía bien a su hermana, y sabía lo fregada que era cuando tenía algo en mente.

Está bien —dijo resignado—. Pero, ¿para qué quieres verlo?

Quiero que sea mi novio y el padre de mis hijos.

«Esta se volvió loca», pensó Chato.

Mira hermana, Chiche está pasando momentos muy difíciles en su vida. Se separó en circunstancias desagradables, déjalo tranquilo.

– Quiero que sea mi novio —exclamó de manera terminante.

Chato quiso persuadirla con el propósito de que desistiera de lo que consideraba un capricho extravagante.
– Ese hombre no es para ti.

¿Qué sabes tú cual es el hombre que quiero?

Él es un hombre delicado.

No importa, lo saco a pasear en mi carro.

Él vive en un barrio que no te llama la atención.

No importa, lo mudo.

Chato se quedó sin argumentos.

     Al rato, llegaron al edificio donde vivía Chiche. Casualmente estaba en el balcón, con espuma de afeitar en la cara, despidiendo a un amigo. Cuando vio a la famosa periodista le gritó:

¡Ve, Chata Riaño, ingrata! Yo creía que vivías en Estados Unidos.

     La Chata quedó en shock. Se preguntó ingrata de qué si aún no eran ni amigos. Chato apenas observaba la escena con pasmo, deseaba creer que todo era una broma de su hermana. Ella estaba viviendo unos paradigmas y se sentía prisionera, pero ese día le provocó romperlos. Chiche era el prototipo del hombre que quería para sí. Lo consideraba auténtico. Lo atraía su espontaneidad, un ser incauto, noble, y sincero. Él le dio un abrazo fuerte, fuerte. Ella le dio tanta emoción que sintió en ese momento que empezaba a enamorarse otra vez. También sintió que le gustaba mucho.

Chiche solo atinó a decir:

– Qué agradable visita.

La Chata, sin mediar palabra, le quitó con dulzura la máquina de afeitar de su mano, y terminó de afeitarlo. Mientras lo rasuraba, le dijo:

Vengo a decirte que quiero que seas mi novio.

Él soltó la carcajada. Ella casi lo corta con la cuchilla. Chiche no podía creer que alguna vez una mujer le dijera eso. Y sonriendo le contestó:

¿Sí? ¿Cómo así, ve? ¿Cómo es eso? ¿Me estás mamando gallo?

Te estoy hablando en serio —aseguró La Chata.

Pero tú ni siquiera me conoces —replicó Chiche.

Yo quiero que seas mi novio, y hasta casarnos. Vine a hacerte feliz.

El compositor los invitó a un jugo. Chato estaba impresionado. Si no estuviera presenciando la escena, no la creería. Chiche se encantó con ella. Lo sedujo su cariño y la dulzura de su voz. «Mi amor, mi vida», le decía ella con exquisita suavidad y cercanía.

Quizás, luego de tantos conflictos, Chiche pensó que esa mujer aparecida en su casa como por arte de magia, era lo que buscaba: alguien que le diera cariño y lo hiciera feliz. No le pedía más nada a la vida. Chiche quiso despejar dudas y le dijo:

Chata, me dijeron que te habías casado con un gringo.

En Valledupar le habían comentado que la Chata Riaño se había casado con un gringo de apellido raro. No sabía el compositor que el ex esposo de la Chata era el periodista barranquillero Ernesto McCausland.

– Estoy separada —le aclaró secamente.

Desde ese 13 de octubre de 1990 no volvieron a separarse. Pasaban juntos los días completos y a las dos semanas optaron por convivir. Deseaban casarse pero aún no había finalizado la separación legal con Ernesto McCausland. Tres meses después fueron a Paraguaipoa, acompañados de Marina, la hermana de La Chata, y de su esposo Monche. El 13 de enero de 1991, La Chata Riaño y Chiche Maestre se casaron en Venezuela. El uno encontró en el otro las aguas tranquilas donde se apagaron la lava caliente que cubrían sus almas. Ambos famosos, una pareja mágica.

Sin embargo, la resistencia de la familia y de los amigos de ambos fue total. En los años venideros tendrían que enfrentar indisposiciones, ofensas y hasta afrentas. Parientes de ambas familias y hasta amigos estaban obsesionados con separarlos. La Chata solo tenía de su lado su amor, su vehemencia y el apoyo incondicional de sus sobrinas, Tatiana y Carolina.

A las pocas semanas, La Chata quedó embarazada. Fue un embarazo difícil, complicado, pues el médico lo declaró de alto riesgo. Las restricciones y cuidados a que fue sometida la hicieron más sensible, le dañaron el genio. Los chismes sobre Chiche, que no se hicieron esperar, la empeoraron.

Chiche pensaba que había situaciones como compositor muy difíciles de evitar. Sus seguidoras lo llamaban, lo seguían, lo acosaban. Él siempre, muy amable, se dejaba llamar, seguir y acosar.

El llanto de un rey

La pareja tenía un mes de vivir en Patillal. En el pueblo, La Chata tuvo un sueño. En él vio a Chiche en Bogotá saliendo del hotel con una mujer. Esa mañana temprano su esposo se fue a visitar unos amigos. Ella estaba tan segura de lo verídico de su sueño que, de un impulso, empacó su maleta y la puso en la puerta, lista para irse con su hijo recién nacido a Valledupar. Minutos más tarde, Chiche Maestre volvió a su casa y con gran sorpresa encontró la maleta de su esposa en la puerta. Luz Dary Hinojosa, quien estaba de visita, le murmuró:

La princesa se va —en alusión al apelativo conque él se refería a su esposa.

Al entrar Chiche, encontró a la Chata lista para salir y con los labios pintados de rojo. Eso lo estremeció, pues sabía que cuando su mujer se pintaba los labios de un color fuerte era porque tenía un gran dolor en el alma. Ella le narró su sueño y le preguntó si era cierto o no. Chiche sintió escalofrío, estaba impresionado. Fueron tantos los detalles reales de ese sueño que quedó mudo. La Chata, finalmente, le dijo:

—Esto se acabó —cargó a su hijo, tomó la maleta y se fue.

A Chiche lo atrapó un terrible sentimiento de culpa. Pensó que si su mujer tenía el don de la clarividencia, estaba perdido. Tomó en sus manos una Biblia que mantenía su abuela sobre un viejo atril de roble y la abrió desprevenidamente. Primero encontró la vida de rey David, luego abrió en Mateo y leyó sobre le estrella que guió a los reyes. Entró una nueva llamada y era de la esposa de Rafael Orozco, quien preguntó:

—Chiche, ¿por qué te has demorado tanto para la canción?

Dejó la Biblia a un lado y se recostó. Se acordó de las palabras que le había comentado un amigo. Un periodista había dicho: «Esa fama del Chiche se acaba ahorita». Recordó también las palabras consoladoras de La Chata: «No le pares bolas a eso, tú eres el Rey».

Ahora pensaba: «¿soy rey de qué? ¡soy rey de nada!» Entró la noche.

Una nueva llamada, era el propio Rafael Orozco:

—Oiga, compadre Chiche, qué pasa con la canción, estamos preocupados.

Se sentía desamparado sin su esposa, temía que su matrimonio se fuera a arruinar. De repente llegó de nuevo la musa de la canción triste y le entregó una melodía. Le pareció hermosa, pero estaba tan tensionado que se abstuvo de escribir. Llegaron nuevos pensamientos y en uno de ellos se dijo a sí mismo: «Si La Chata fuera cantante me entendería mejor; si ella se sumergiera en mi música sería distinto». Llegaron más imágenes a su mente: La estrella de David, la Jerusalén bíblica, La Chata regresando. Recordó a Luz Dary diciéndole: «La princesa se va». Tomó un papel y escribió los primeros versos:

Si tú cantaras esos himnos de mi vida
si tú pudieras enamorarte de mí canto triste
no pensarías marchar, no apagarías mi luz
ni buscarías refugio en las noches, mis noches sin fin.

Amaneció en Patillal, las cinco de la mañana. Chiche, melancólico, recordó el día de octubre en que La Chata apareció en su casa y le propuso que fueran novios. Escribió otra parte de la canción:

Si tú cantaras a la brisa mis canciones
si enriquecieras este reino con una sonrisa
ya no podrías olvidar aquel octubre feliz
cuando llegaste yo estaba esperando mil años por ti.

A los ocho de la mañana, José Alfonso Chiche Maestre había terminado una de sus obras cumbres, un clásico: El llanto de un rey. En realidad, era una de las más hermosas canciones, ejecutada impecablemente por el conjunto Binomio de Oro, y cantada por Rafael Orozco con una conmovedora emotividad, como apropiándose de la tristeza de Chiche Maestre.

 

EL LLANTO DE UN REY (JOSÉ ALFONSO «CHICHE» MAESTRE)

Si tú cantaras esos himnos de mi vida
si tú pudieras enamorarte de mi canto triste
no pensarías marchar, no apagarías mi luz
no buscarías refugio en las noches, mis noches sin fin.

Si tú cantaras esos versos tan bonitos
si engrandecieras ese trono que yo quise darte
no desearías romper mi pobre alma y seguir
tantos alardes de ser tan queridos, ya los olvidé.

Soy rey y mis escudos te di
como en Jerusalén brilló la estrella de David
y unté tu nombre en mi piel.
Soy rey de mis castillos sin fe
¿Quién mató la ilusión? Yo sé, que te alejas quizás
más nunca vas a volver, más nunca vas a volver,
más nunca vas a volver.

Yo inventé un pedestal,
yo inventé un corazón que te quisiera.
La princesa se va ¿Qué fue lo que hice yo?
¿Por qué me dejas?

Pobre del rey,
ya no hay llanto que cure su pena. (Bis)

Si tú cantaras a mi cielo mis plegarias
si tú quisieras devolverte y comenzar de nuevo
no tendría pa› qué explicar vivir tan solo sin ti
y mis historias quedarían perdidas
volví a sonreír.

Si tú cantaras a la brisa mis canciones
si enriquecieras este reino con una sonrisa
ya no podrías olvidar aquel octubre feliz
cuando llegaste yo estaba esperando mil años por ti.

Soy rey y mis carrozas dejé allá en tu manantial
bebí sobre tu pecho el caudal, puse mi sombra en tus pies
soy rey de una ciudad sin color y doncella de papel
no sé, por qué murió tanto amor, y ahora me toca perder,
y ahora me toca perder, ahora me toca perder.

Yo inventé un pedestal,
yo inventé un corazón que te quisiera
la princesa se va ¿qué fue lo que hice yo?
¿por qué me dejas?
Pobre del rey, ya no hay llanto que cure su pena. (Bis)

     Cuando La Chata escuchó la canción en un disco, quedó hipnotizada. Las relaciones mejoraron, pues había descubierto en esa canción cuánto la querían. Pasaron los meses, los problemas volvían y se iban, peleas y reconciliaciones. Nacieron sus dos niñas, Susana María Verónica y Melissa María Carolina. Se radicaron en Bogotá y entonces llegaron verdaderos tiempos difíciles.

Las tensiones entre ellos eran cada vez más fuertes. Las noticias que recibía La Chata de un mundo de infidelidades del Chiche eran diarias. Ella, acostumbrada a trabajar, estaba dedicada a sus hijos que ya habían cumplido uno, dos y tres años.

El encierro y la inconformidad por el comportamiento de su esposo la estaban llevando a la locura. A él le molestaba que su esposa solo estuviera pendiente de eso y no valorara lo duro que trabajaba para sacar adelante a su familia.

A la periodista le llegó una propuesta para trabajar en una campaña política. Vio allí la oportunidad para laborar de nuevo. Se dedicó a su nueva actividad con corazón. Las campañas políticas se extienden por meses y son absorbentes. Se trabaja las 24 horas del día y los siete días a la semana. Durante una campaña no se tiene familia, no se tienen amigos, no hay cansancio, no se siente sueño, ni hambre. Es una carrera meteórica hasta el escrutinio. El que La Chata dejara su hogar por unos meses, hizo sentir al Chiche que ya no tenía mujer; ni sus hijos, madre. Se sintió soltero nuevamente y actuó como tal.

En octubre 19 de 1994, a pocos días de las elecciones, agobiada por la tensión doble de la campaña y de su esposo, estalló, y le dijo mirándolo a los ojos:

—Chiche, a partir de este día tú y yo no volveremos a ser pareja.  Somos esposos ante la sociedad, pero no marido y mujer. No. Cuando estemos en la calle nos hablamos, pero cuando estemos en la casa no me dirijas la palabra.

Chiche solo hizo silencio.

     A finales de ese año se trasladaron a Bogotá para la producción de las últimas creaciones del compositor. A las pocas semanas le dijeron a La Chata que analizara cierta canción. Ella, entonces, descubrió que Chiche le pedía perdón a una mujer con quien tuvo una relación en el pasado. Estalló en cólera otra vez. Lo esperó, sentada en el sofá, hasta que regresó al apartamento. Cuando llegó, le dijo:

—Te vas tú o me voy yo, no soporto esta situación.

La Chata salió del apartamento, y lo dejó ahí.

Chiche quedó frío. Estaba confundido, y quizás también agotado. Sentía que la relación había entrado en un no retorno hacia la etapa final. Tomó su guitarra y se dispuso a rasgarla. La sentencia de La Chata le retumbaba en su mente. Con mucho dolor le dio la razón a su esposa. Sí, alguien debía irse. En pocos minutos compuso Uno de los dos, emotiva melodía grabada por Los hermanos Zuleta.

UNO DE LOS DOS (JOSÉ ALFONSO «CHICHE» MAESTRE)

Qué tarde nos dimos cuenta
que no era eterno lo que sentimos
que triste llegó el silencio
calló mi boca y se fue mi canto

Que oscura paso la noche
me estoy muriendo y tú lo sabías
me asomo, miro y comprendo
que eso pasó por quererte tanto

Uno de los dos tiene que llorar
tiene que seguir buscando ilusión
todo terminó ya tu amor se fue
y la incomprensión preparó el final

Qué triste acabar así
sin ninguna explicación
amarme no fue tan cruel
por qué me dices adiós

Uno de los dos tiene que partir
pienso que soy yo, que seas muy feliz (Bis)

Ay guitarra suspira el viento
dile que aleje tantos fracasos
yo sé que hubo mil errores
para ti fueron imperdonables

No puedo esconder la pena
se enfría mi alma no se me quita
alumbra su pensamiento
Dios mío bendito que se hace tarde.

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